viernes, 18 de enero de 2013

Prologo.

La lluvia caía constante sobre el empedrado gris pero eso a él  no le importaba. Por primera vez en semanas su única preocupación era llegar a tiempo a las clases.
Cerró los ojos mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde, toqueteaba su reproductor de música sin dejar acabar ninguna canción hasta que llego a “Every You and Every Me” y no pudo evitar recordarla a ella saltando como una loca en el concierto de Placebo. La música era pegadiza, agresiva y dolorosa, pero aun así le hizo sonreír levemente y aunque todo entre ellos había acabado, después del último tiempo tenía claro que podrían seguir siendo buenos amigos.
En ese momento la vio, con su gorro blanco de lana de los que se escapaban dos tirabuzones negros que nunca había sido capaz de controlar. No pudo evitar recordar todas las mañanas en las que ella se desesperaba intentándose hacer una coleta durante largo tiempo, para finalmente ponerse su gorro de lana con un bufido y jurar que la próxima vez se cortaba el pelo a lo chico. Llevaba aquellos vaqueros rotos y su abrigo negro largo elegante que desentonaba totalmente con la pequeña mochila gris que llevaba a todos lados, estaba claro que la elegancia no era su fuerte pero eso la hacía increíblemente encantadora, como una niña que juega a ser mayor.
Pasó del semáforo y fue hasta ella con un grito de saludo sorteando una moto que pasó rozándole, ella puso los ojos en blanco y negó pensando en que era un jodido kamikaze. Cuando llegó hasta ella la arranco el gorro riendo y se lo volvió a poner torpemente como siempre hacía, aunque lo intentara evitar había gestos que no conseguía borrar de su rutina. Como siempre, ella le fulmino con la mirada mientras notaba sus rizos caer por sus hombros

-          Vete a tomar por culo, joder – exclamo mientras se recolocaba el gorro. Hacía frio y las orejas se la habían puesto rojitas.
-          Yo también te quiero Alex – su voz era divertida. Se quitó los cascos y antes de apagar el aparato, ella cogió uno de los auriculares poniéndoselo unos instantes.
-          Debería cobrarte por tantos años de educación musical – bromeo y empezó a tararear la canción con una sonrisita traviesa.
-          Petarda. ¿Nos vamos?

La chica asintió y echaron a andar hacia el bar de siempre mientras hablaban de trivialidades, de unos y de otros y de todo lo que había pasado aquellos días. Nada parecía ya tan importante y aunque sus manos no se abrazaran, se notaba en el ambiente que algo más especial que una amistad les iba a unir toda la vida.
Entraron en la cafetería, pidieron lo de siempre y se sentaron en la mesa de siempre junto a la ventana. Durante unos segundos ella bebió de su té mirando la lluvia caer con la mirada perdida, suspiro largamente y le miro.

-          ¿Sigues pensando lo mismo? – Pregunto bajito con una nota de melancolía en la voz.
-          Sabes que sí, pero esto ya lo hemos hablado pequeña.

Asintió y suspiro de nuevo. La lluvia caía constante aunque en silencio y pasaron unos minutos en los que solo se oía las conversaciones intrascendentes de los de la mesa de al lado. Alex negó con fuerza y saco una sonrisa como siempre hacía y se quitó el gorro, esta vez encargándose de que sus rizos quedaran en su sitio y de forma curiosa sobre sus hombros ahora vestidos con una camisa azul oscura. Él sonrió y la retiro un mechón de la cara con cuidado.

-          Eres un jodido desastre – dijo divertido.
-          ¡Ay! – se quejó avergonzada y se volvió a recolocar el pelo – No soy un desastre, soy adorablemente despistada. Ese comentario consiguió sacarle una suave risa que acabo en un guiño hacia la chica.
-          Vale, vale, desastre adorablemente despistada – dijo irónico – Entonces ¿te dejaron repetir el examen o tengo que ir a pegarme con tus profesores?
-          Si, si – asintió – presente la denuncia que pusimos en comisaría y el cabronazo de física tuvo que tragarse sus palabras.

Su voz era orgullosa y en parte vengativa, lo que sonaba raro en una persona que no llegaba ni por asomo al metro sesenta y a la que con sus 23 años aun pedían el DNI para comprar una cerveza. Él chico negó riendo y dio otro sorbo a su café, dejándose un gracioso bigote de espuma, y ella, por no alzarse y retirárselo con un suave beso, encendió un cigarro con aquella torpeza tan típica en ella.

-          Aún no sé qué cojones haces en una ingeniería cuando a ti lo que te gusta es la música.
-          Es que tengo la estúpida manía de comer, no sé si me explico. Algunos no tenemos unos papis ricos que nos van a mantener toda la vida y esas cosas… - Alzo una ceja divertida hacía lo que iba a decir en ese momento – Bur-gue-si-to.

La miro realmente mal durante unos instantes pero inmediatamente ambos echaron a reír a carcajadas entre las cuales se colaron pequeños motes cariñosos en forma de insultos. Cualquiera que les viera diría que eran la pareja perfecta, los dos jóvenes y guapos, el siempre tan elegante y atractivo, ella tan destartalada y coqueta, y los dos con esa mirada con la que se decían todo. Tres años eran muchos días y muchas oportunidades de aprender a entenderse el uno al otro, de memorizar cada poro de la piel del otro y de interpretar cada reacción a una palabra o una situación, por eso sabían perfectamente cuando un “vete a la mierda” significaba te quiero y cuando significaba te odio.
Siguieron hablando de los estudios de ella y del trabajo de él, nada que fuera importante, nada con doble lectura. Solos ellos dos hablando de trivialidades y riéndose de tonterías. Con el paso de las horas el café y el té dieron paso a dos cervezas con sus correspondientes chupitos, hasta que los ojos de ambos estuvieron vidriosos y ni siquiera tenían claro de que se estaban riendo. La chica apoyó los codos en la mesa y la cabeza en las manos y le miro melosa.

-          Daaaaaniiiii…. – le llamo alargando las vocales y pestañeo coqueta. El chico suspiro largamente y estiro la mano
-          ¿Qué te compro? – dijo resignado. Demasiado tiempo  con ella como para no saber lo que le iba a pedir. Ella se rio contenta y saco un par de monedas de la cartera poniéndolas en su mano.
-          Pipas porfi, porfi,poooorfi – sonrió contenta como si la hubiera tocado la lotería.


Pese a pensar que tenía una cara que no podía con ella, se levantó y se puso el abrigo gris para salir fuera bajo la lluvia, cruzar tres calles y hacer 10 minutos de cola en un quiosco sin soportal, y todo para poder comprarla unas pipas que la durarían menos de 20 minutos. Pero pese a todo eso, salió con una sonrisa hacía el lugar.
En cuanto le perdió de vista la cara de la chica cambio de expresión totalmente. Sus ojos se volvieron tristes y melancólicos y su mente recorrió una opción tras otra, pensando que la quedaba por hacer, que más podía mostrarle y porque no conseguía cambiar aquella puta situación que la estaba destrozando el alma. Aguanto las lágrimas con fuerza.
Y entonces todo cambio. De pronto las sillas volaron por los aires, y su pequeño cuerpo salió disparado en la dirección contraria, todo se volvió escombros, sangre y gritos. Boqueo al caer al suelo y notar como los escombros caían sobre ella, respirar se convirtió en un esfuerzo demasiado doloroso y sus pulmones ardían por dentro. No podía ser cierto, no así.

-          ¡ALEX!

Por un momento creyó que la voz era un sueño del más allá. Intento mantener los ojos abiertos pero se la caían, y hacía tanto frio…
El chico corrió entre la gente, sorteando a todo aquel que intentaba impedir que accediera al lugar de la explosión, pero él no era capaz de oír nada que no fueran sus propios latidos resonando en su sien, y solo la veía a ella, tirada en el suelo con la cara llena de sangre y heridas. Se agacho ante ella y cogió su rostro entre las manos con la sensación de que todo aquello había sido por él, que ella estaba muriendo por él y que jamás debió relajarse, que debieron seguir persiguiendo a aquellos locos que habían intentado matarle en las últimas semanas. Pese a sentir como su vida se escapaba entre los dedos ella sonrió dulcemente al chico y cerró los ojos ante sus caricias.

-          Alex…Alex….- la llamo intentando contener las lágrimas que acabaron bañando sus mejillas.
-          Dime petardo – su voz era apenas un murmullo y la costaba horrores respirar, pero ver como lloraba por ella la hizo ver que él jamás había dejado de amarla, que todo había merecido la pena. Cerró los ojos de nuevo muy cansada pero feliz
-          No me hagas esto, despierta – suplico. No podía dejarla ir, no a ella y no por su culpa. Aunque no siguiera enamorado de ella, habían sido demasiados años de risas y llantos como para soportar verla morir entre sus brazos.
-          Tengo sueño Dani, quiero soñar contigo, soñar que despierto de nuevo entre tus brazos y que me retiras el pelo de la cara.
-          No, no puedes hacerme esto.


Pero ya no tenía fuerza para abrir los ojos y se dejó ir lentamente, sintiéndose inmensamente feliz al saber que jamás la olvidaría. Recordó aquellas palabras que se había jurado hacía semanas frente al espejo, si no podía vivir para él, entonces moriría por él.

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