lunes, 2 de diciembre de 2013

Vino Blanco

Apenas tarde un segundo en abrir la puerta desde que mis uñas rojas se posaron en el timbre del piso, entre despacio observando mi alrededor con esa mezcla de miedo y respeto que se tiene a los grandes santuarios de la humanidad. Sus manos firmes se posaron en mis hombros suavemente, quitándome el abrigo lentamente, recreándose con los latidos acelerados de mi corazón. 
No dije nada a sabiendas de lo que él pensaba, de lo que se proponía, pero esta noche no. Esta noche no, me repetía una y otra vez mientras mis pies autómatas me llevaba hasta aquel sofá carmesí, pero algo en mi piel sabía que el final era inevitable. Se sentó a mi lado mirándome con aquellos ojos verdes que todo lo sabían, que todo lo habían visto pero en los que era imposible leer nada. Coloque los papeles y le tendí la pluma que me regalo en nuestro primer aniversario sin mirarle, no podía permitirme un error, no otra vez.

- ¿Estás bien gatita?-pregunto con una ceja alzada mirándome fijamente. Sus palabras, como siempre, parecían acariciar mi piel haciendo que un escalofrió me recorriese desde la punta de los pies hasta lo más profundo de mi alma.

- Margaret - murmure aparentando frialdad - Me llamo Margaret, ya lo sabes James.

Su sonrisa ladeada creció sutilmente como queriendo decir que eso no era lo único que sabía. Con apenas un roce retiro la estilográfica de mis dedos y la dejo sobre la mesa. Note como se levantaba mientras clavaba mi mirada en aquel cuadro que había pintado para él años atrás, él primer cuadro que había pintado para él. 
Cuando quise darme cuenta una copa de vino blanco reposaba entre mis dedos, fue ahí cuando le mire por primera vez en aquel día a los ojos.

- Firma eso - dije firme deseando salir de allí antes de que todo se me fuera de las manos, antes de que los recuerdos golpearan mi mente de nuevo dejándome encerrada entre esas paredes añiles. Cuando le vi coger los papeles respire aliviada por unos segundos, los justos para darme cuenta de que no iba a firmar si no que estaba analizando mi firma una vez más.

- No quieres hacer esto Margaret - dijo con esa voz suya que no admitía replicas y negó con la cabeza un par de veces con el gesto de quien riñe a una niña pequeña que se ha vuelto a comer demasiadas gominolas.- No quieres hacer esto y yo nunca permitiría que hicieras algo que no deseas. Bebe.

- No quiero beber - susurre más para convencerme a mi misma que para que él me oyese.

Cuando quise darme cuenta el lápiz que sujetaba mi pelo en un discreto moño estaba entre sus manos y mi melena roja caía sobre el jersey blanco. Con dos dedos y apenas una suave caricia recogió ese mechón de pelo rebelde tras mi oreja como siempre hacia, pero no se conformo con eso, su mano siguió acariciándome el cuello suavemente hasta llegar a mi hombro donde se detuvo.

- Bebe - repitió con un susurro y en vez de romper el momento, consiguió volverlo todo más intenso - Sabes que quieres hacerlo.

Quise interpretar que hablaba del vino, ese vino era mi favorito y James lo sabía, tenía que estar hablando del vino. Di un suave trago que me inundo en un mundo de recuerdos y es que si me ponía a pensar ese vino siempre había sido el preludio de noches interminables, ese vino me traía sed de él, de sus besos y de esa manera de acariciar que solo él tenía... pero no quería pensarlo, no debía pensarlo.
La música empezó a sonar discreta y aquella canción me trasporto varios años atrás. Gire la cabeza para mirarle directamente a los ojos, buscando en ellos la respuesta a todas las preguntas que jamás formulamos y por primera vez pude atisbar un cambio en su mirada, un cambio leve que apenas duro unos segundos y que quedó oculto de nuevo tras esa mirada de depredador que a todas hacía estremecer.

- James...- susurre en apenas un hilo de voz mientras intentaba escapar de su hechizo. Su dedo se posó suavemente en mis labios entre abiertos y me retiró la copa ya vacía de entre las manos. Muy despacio acaricio mis labios con ese dedo que era el primer culpable de todas mis desgracias, un suspiro imperceptible se escapo de entre mis labios a la vez que cerraba los ojos rindiéndome a aquella caricia - James... - repetí más bajito aún esta vez. Su sonrisa mostraba unos dientes perfectos que al segundo estaban acariciando mi cuello despacio, acariciando cada poro de  mi piel y cubriéndolo de largos y pausados besos. 

Quería gritar que parase, que firmara y me liberase para siempre, pero perder esos besos, esa forma de acariciarme, la intriga de esa mirada... ¿Realmente estaba dispuesta a eso? Sus manos se deslizaron por la piel de mi vientre llevándose con ellas mi jersey, lo doblo suavemente y lo dejo en el brazo del sofá permitiéndome pensar durante unos instantes solo por el placer de ver como permanecía inmóvil mirándole en vez de correr lejos de él y de su magnetismo.
Nuestras miradas se fundieron unos segundos, cazador frente a presa, león contra cervatillo. La lujuria y los recuerdos se encontraron a la vez que lo hacían nuestras lenguas en un beso ansiado desde hacía quizás demasiado tiempo. Mis manos se agarraban al cuello de su camisa arrugándola, siendo esa mi pequeña venganza, arrugar su camisa como él había arrugado mi mundo una y otra vez con cada ida y venida.
Despacio me tumbó en el sofá y sin dejar de besarme se quito la corbata y la camisa dejándolas caer al suelo, algo totalmente impropio de él. Acaricie cada musculo de su pecho con mis pequeños dedos, recordando lo que jamás había podido olvidar. 
Sus labios volvieron a recorrer mi cuello creando un camino de besos que bajaba hasta mi pecho, al poco tiempo desnudo de toda prenda. Mis dedos se enredaban en su pelo rubio apretándole más contra mi piel, mientras que marcaba su espalda con la marca de mis uñas. Podía notar cada aliento, cada respiración suya en mis pechos volviéndome loca a medida que pasaban los minutos. Le necesitaba, le necesitaba como un drogadicto necesita una jeringuilla para meterse su dosis de heroína, podría haberle sustituido por otro, por otra cosa cualquiera pero entonces el chute no hubiera sido tan puro, no hubiera sido lo que realmente necesitaba para calmar mi sed, nadie podría sustituirle del todo y cada vez que le veía lo recordaba una y otra vez.
Poco a poco nuestras prendas iban cayendo al suelo sin remedio, quedando desnudos el uno frente al otro. Mis piernas abrazaron su cintura alzándome y rogándole que me hiciera suya de nuevo, suya una vez más como nunca había dejado de serlo realmente. Un gemido irreprimible salió de mis labios al notarle dentro de mí, sus movimientos eran firmes y pausados pero jodidamente perfectos, propios del mismo Ares. 
Me aferre más a él y cambie las tornas, le mire totalmente erguida subida a horcajadas sobre sus caderas, creyendo por un momento que había recuperado el control de la situación, ilusa de mi...Sus manos sobre mi cintura me guiaban lenta pero inexorablemente hacía la más dulce de las perdiciones, mis manos sobre su pecho le iban acariciando con autentica veneración. Poco a poco recupere el control de mis movimientos mientras sus manos recorrían mi espalda acariciadas por mi melena, los gemidos iban creciendo en intensidad acompasándose a sus jadeos y gruñidos. Todo mi cuerpo se estremecía sin poder controlarlo, sin querer controlarlo.
Le bese en el momento justo, ese momento en el que todo tu cuerpo se arquea y tienen que sujetarte firme para no caer desmayada del placer, ese momento  en el que todo tu mundo queda reducido a un solo punto de placer que se expande y se contrae infinitamente por cada milímetro de tu cuerpo, ese momento en el que la angustia por el placer se libera en tan solo un grito final. 



Desperté antes de que su despertador sonara como cada mañana. En silencio salí de entre aquellas sabanas de seda con esa sensación entre las piernas que me pedía volver a buscar más a aquella cama. Tras una ducha busque en su armario una camisa limpia que ponerme, ¿cómo había podido pensar que había escapado del hombre que guardaba mis vaqueros favoritos? Me los puse pensativa y busque mi jersey en el salón a la vez que recogía aquellos malditos papeles. 
Descalza y con paso indeciso llegue hasta la cocina donde James esperaba con un té verde para mí como había hecho cada mañana durante mucho tiempo. Despacio me senté frente a él en aquella encimera que cruzaba la cocina, deslice los papeles y la pluma hasta su café negro muy despacio.

- Gatita, no voy a mirarlo y tú no quieres que lo firme.

Trague saliva y le mire fijamente a los ojos.

- James, me caso en 10 días.


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