Apenas tarde un segundo en abrir la puerta desde que mis uñas
rojas se posaron en el timbre del piso, entre despacio observando mi alrededor
con esa mezcla de miedo y respeto que se tiene a los grandes santuarios de la
humanidad. Sus manos firmes se posaron en mis hombros suavemente, quitándome el
abrigo lentamente, recreándose con los latidos acelerados de mi corazón.
No dije nada a sabiendas de lo que él
pensaba, de lo que se proponía, pero esta noche no. Esta noche no, me repetía
una y otra vez mientras mis pies autómatas me llevaba hasta aquel sofá carmesí,
pero algo en mi piel sabía que el final era inevitable. Se sentó a mi lado mirándome
con aquellos ojos verdes que todo lo sabían, que todo lo habían visto pero en
los que era imposible leer nada. Coloque los papeles y le tendí la pluma que me
regalo en nuestro primer aniversario sin mirarle, no podía permitirme un error,
no otra vez.
- ¿Estás bien gatita?-pregunto con una
ceja alzada mirándome fijamente. Sus palabras, como siempre, parecían acariciar
mi piel haciendo que un escalofrió me recorriese desde la punta de los pies
hasta lo más profundo de mi alma.
- Margaret - murmure aparentando frialdad
- Me llamo Margaret, ya lo sabes James.
Su sonrisa ladeada creció sutilmente como queriendo decir que eso no era lo único que sabía. Con apenas un roce retiro la estilográfica de mis dedos y la dejo sobre la mesa. Note como se levantaba mientras clavaba mi mirada en aquel cuadro que había pintado para él años atrás, él primer cuadro que había pintado para él.
Cuando quise darme cuenta una copa de vino
blanco reposaba entre mis dedos, fue ahí cuando le mire por primera vez en
aquel día a los ojos.
- Firma eso - dije firme deseando salir de
allí antes de que todo se me fuera de las manos, antes de que los recuerdos
golpearan mi mente de nuevo dejándome encerrada entre esas paredes añiles.
Cuando le vi coger los papeles respire aliviada por unos segundos, los justos
para darme cuenta de que no iba a firmar si no que estaba analizando mi firma
una vez más.
- No quieres hacer esto Margaret - dijo
con esa voz suya que no admitía replicas y negó con la cabeza un par de veces
con el gesto de quien riñe a una niña pequeña que se ha vuelto a comer
demasiadas gominolas.- No quieres hacer esto y yo nunca permitiría que hicieras
algo que no deseas. Bebe.
- No quiero beber - susurre más para
convencerme a mi misma que para que él me oyese.
Cuando quise darme cuenta el lápiz que
sujetaba mi pelo en un discreto moño estaba entre sus manos y mi melena roja caía
sobre el jersey blanco. Con dos dedos y apenas una suave caricia recogió ese mechón
de pelo rebelde tras mi oreja como siempre hacia, pero no se conformo con eso,
su mano siguió acariciándome el cuello suavemente hasta llegar a mi hombro
donde se detuvo.
- Bebe - repitió con un susurro y en vez
de romper el momento, consiguió volverlo todo más intenso - Sabes que quieres hacerlo.
Quise interpretar que hablaba del vino,
ese vino era mi favorito y James lo sabía, tenía que estar hablando del vino.
Di un suave trago que me inundo en un mundo de recuerdos y es que si me ponía a
pensar ese vino siempre había sido el preludio de noches interminables, ese
vino me traía sed de él, de sus besos y de esa manera de acariciar que solo él
tenía... pero no quería pensarlo, no debía pensarlo.
La música empezó a sonar discreta y
aquella canción me trasporto varios años atrás. Gire la cabeza para mirarle
directamente a los ojos, buscando en ellos la respuesta a todas las preguntas
que jamás formulamos y por primera vez pude atisbar un cambio en su mirada, un
cambio leve que apenas duro unos segundos y que quedó oculto de nuevo tras esa
mirada de depredador que a todas hacía estremecer.
- James...- susurre en apenas un hilo de
voz mientras intentaba escapar de su hechizo. Su dedo se posó suavemente en mis
labios entre abiertos y me retiró la copa ya vacía de entre las manos. Muy
despacio acaricio mis labios con ese dedo que era el primer culpable de todas
mis desgracias, un suspiro imperceptible se escapo de entre mis labios a la vez
que cerraba los ojos rindiéndome a aquella caricia - James... - repetí más
bajito aún esta vez. Su sonrisa mostraba unos dientes perfectos que al segundo
estaban acariciando mi cuello despacio, acariciando cada poro de mi piel
y cubriéndolo de largos y pausados besos.
Quería gritar que parase, que firmara y me
liberase para siempre, pero perder esos besos, esa forma de acariciarme, la
intriga de esa mirada... ¿Realmente estaba dispuesta a eso? Sus manos se
deslizaron por la piel de mi vientre llevándose con ellas mi jersey, lo doblo
suavemente y lo dejo en el brazo del sofá permitiéndome pensar durante unos instantes
solo por el placer de ver como permanecía inmóvil mirándole en vez de correr
lejos de él y de su magnetismo.
Nuestras miradas se fundieron unos
segundos, cazador frente a presa, león contra cervatillo. La lujuria y los
recuerdos se encontraron a la vez que lo hacían nuestras lenguas en un beso
ansiado desde hacía quizás demasiado tiempo. Mis manos se agarraban al cuello
de su camisa arrugándola, siendo esa mi pequeña venganza, arrugar su camisa
como él había arrugado mi mundo una y otra vez con cada ida y venida.
Despacio me tumbó en el sofá y sin dejar
de besarme se quito la corbata y la camisa dejándolas caer al suelo, algo
totalmente impropio de él. Acaricie cada musculo de su pecho con mis pequeños
dedos, recordando lo que jamás había podido olvidar.
Sus labios volvieron a recorrer mi cuello
creando un camino de besos que bajaba hasta mi pecho, al poco tiempo desnudo de
toda prenda. Mis dedos se enredaban en su pelo rubio apretándole más contra mi
piel, mientras que marcaba su espalda con la marca de mis uñas. Podía notar
cada aliento, cada respiración suya en mis pechos volviéndome loca a medida que
pasaban los minutos. Le necesitaba, le necesitaba como un drogadicto necesita
una jeringuilla para meterse su dosis de heroína, podría haberle sustituido por
otro, por otra cosa cualquiera pero entonces el chute no hubiera sido tan puro,
no hubiera sido lo que realmente necesitaba para calmar mi sed, nadie podría
sustituirle del todo y cada vez que le veía lo recordaba una y otra vez.
Poco a poco nuestras prendas iban cayendo
al suelo sin remedio, quedando desnudos el uno frente al otro. Mis piernas
abrazaron su cintura alzándome y rogándole que me hiciera suya de nuevo, suya
una vez más como nunca había dejado de serlo realmente. Un gemido irreprimible salió
de mis labios al notarle dentro de mí, sus movimientos eran firmes y pausados
pero jodidamente perfectos, propios del mismo Ares.
Me aferre más a él y cambie las tornas, le
mire totalmente erguida subida a horcajadas sobre sus caderas, creyendo por un
momento que había recuperado el control de la situación, ilusa de mi...Sus
manos sobre mi cintura me guiaban lenta pero inexorablemente hacía la más dulce
de las perdiciones, mis manos sobre su pecho le iban acariciando con autentica
veneración. Poco a poco recupere el control de mis movimientos mientras sus
manos recorrían mi espalda acariciadas por mi melena, los gemidos iban
creciendo en intensidad acompasándose a sus jadeos y gruñidos. Todo mi cuerpo
se estremecía sin poder controlarlo, sin querer controlarlo.
Le bese en el momento justo, ese momento
en el que todo tu cuerpo se arquea y tienen que sujetarte firme para no caer
desmayada del placer, ese momento en el que todo tu mundo queda reducido
a un solo punto de placer que se expande y se contrae infinitamente por cada milímetro
de tu cuerpo, ese momento en el que la angustia por el placer se libera en tan
solo un grito final.
Desperté antes de que su despertador
sonara como cada mañana. En silencio salí de entre aquellas sabanas de seda con
esa sensación entre las piernas que me pedía volver a buscar más a aquella
cama. Tras una ducha busque en su armario una camisa limpia que ponerme, ¿cómo
había podido pensar que había escapado del hombre que guardaba mis vaqueros
favoritos? Me los puse pensativa y busque mi jersey en el salón a la vez que
recogía aquellos malditos papeles.
Descalza y con paso indeciso llegue hasta
la cocina donde James esperaba con un té verde para mí como había hecho cada
mañana durante mucho tiempo. Despacio me senté frente a él en aquella encimera
que cruzaba la cocina, deslice los papeles y la pluma hasta su café negro muy
despacio.
- Gatita, no voy a mirarlo y tú no quieres
que lo firme.
Trague saliva y le mire fijamente a los ojos.
- James, me caso en 10 días.
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