lunes, 31 de diciembre de 2012

De un príncipe que tenía dos rosas y lo que a estos les acaeció.

Aprendí bien pronto a conocer mejor estas flores. Siempre había habido en el planeta del principito flores muy simples adornadas con una sola fila de pétalos que apenas ocupaban sitio y a nadie molestaban. Aparecían entre la hierba una mañana y por la tarde se extinguían. Pero aquellas habían germinado un día cualquiera de unas semillas llegadas de quién sabe dónde, y el principito en su inocencia había vigilado cuidadosamente desde el primer día aquellas ramitas tan diferente de las que él conocía preocupado de que no fuese una nueva especie de baobab. Pero los dos arbustos cesaron pronto de crecer y unos pequeños capullos se fueron abriendo paso al mundo. El principito los observaba como si un pequeño milagro fuese a suceder ante sus ojos, algunas noches se despertaba cuando la luna estaba en lo más alto al creer que había oído llorar a los capullos y con miedo de que las flores decidieran nacer y se encontrasen solas en el mundo.  Las flores eran caprichosas, aunque él no lo supiese. Mientras el pequeño esperaba y se desesperaba por darlas la bienvenida al mundo, ellas elegían con cuidado sus colores, se ajustaban cada pétalo y en susurros inaudibles comentaban cual sería el mejor momento del día para nacer. Ellas querían ser las más hermosas de todo el planeta, llevarse todas las miradas de aquel ser cuya voz escuchaban a todas horas. No querían ser como esas tontas amapolas cuyos pétalos se rompían con la más ligera brisa, ni querían ser una margarita que acabara deshojada por cualquier tonto enamorado.
Los días pasaban y el pequeño príncipe se desesperaba pensando si era normal entre las flores llegar tan tarde la vida, pero una noche en la que la luna llena llenaba el cielo y las estrellas titilaban azules a lo lejos, las flores decidieron abrirse. Primero se abrió el capullo más grande dejando ver una rosa grande y de un vivo color rojo, estiró sus hojas y se giró perezosa hacia el principito.
-          ¡Que pequeñito eres! – exclamó sorprendida al mirarle.
El principito no pudo contener su admiración:
     ¡Qué hermosa eres!
     ¿Verdad? —respondió dulcemente la flor— Mira, incluso las estrellas se han puesto celosas al verme.
El  principito empezaba a darse cuenta de que no es que la flor fuera muy humilde justo cuando la otra flor decidió desperezarse. Esta rosa era más pequeñita que su hermana, algo más pálida y sus espinas parecían apenas se veían, aunque eran bien afiladas. Miró a su alrededor y suspiro largamente.
-          Siempre tienes que adelantarte – dijo muy bajito y miro al principito - ¿Acaso no es la hora de cenar? Si fueras tan amable de pensar en nosotras…
El principito, muy confuso, habiendo ido a buscar una regadera las roció abundantemente con agua fresca, y ese proceso se repitió día tras día. Las rosas tenían la costumbre de levantarse tarde y dormir de día, decían que era para que no las salieran arrugas ni ojeras, pero el príncipe sospechaba que en parte eran algo dormilonas y no querían ayudar a deshollinar los volcanes. Eran algo orgullosas y siempre estaban quejándose de aquello que no tenían o soñando despiertas, y el pobre chico siempre intentaba complacerlas en todo lo que en su mano estaba. Las leía cuentos por las noches y hablaba con ellas hasta caer el sueño, y aun así no solía de sus labios salir la palabra “gracias”. Eran terriblemente vanidosas sobre todo con sus espinas, un día la rosa más grande enseño exageradamente sus espinas y exclamo valiente:
     ¡Ya pueden venir los tigres, con sus garras!
—No hay tigres en mi planeta —observó el principito— y, además, los tigres no comen hierba.
     Pero nosotras no somos una simple hierba —respondió dulcemente la otra flor mientras dejaba que la brisa moviera suavemente sus pétalos.
—Perdóname...
     Sin embargo… - se miraron las flores una a la otra y temblaron levemente - No tememos a los tigres, pero las corrientes de aire son tan peligrosas.... ¿No tendrás un biombo?
"Miedo a las corrientes de aire no es una suerte para una planta —pensó el principito preocupado —. Estas flores son demasiado complicadas… ¿serán todas las flores así?"
     Haremos una cosa – dijo la flor más joven con su voz infantil - Por la noche nos cubrirás con un fanal… hace mucho frío en tu tierra y no se está muy a gusto; allá de dónde venimos…
La flor se interrumpió sonrojándose enormemente; habían llegado allí en forma de semillas y no era posible que conocieran otros mundos más que por los cuentos que el principito las leía. Humillada por haberse dejado sorprender inventando una mentira tan ingenua, tosió dos o tres  veces para atraerse la simpatía del principito y parpadeo encantadora.
— ¿Y el biombo? -  preguntó su compañera para sacarla del apuro
—Iba a buscarlo, pero como no dejabais de hablarme…
Volvieron a toser para darle al menos remordimientos. De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado.
"Yo no debí hacerles caso —me confesó un día el principito— nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mis flores embalsamaban el planeta, pero yo no sabía gozar con eso… Aquella historia de garra y tigres que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme.".
Y me contó todavía:
“¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarlas por sus actos y no por sus palabras. ¡Las flores perfumaban e iluminaban mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarlas. ".

 VII
  
El principito arrancó también con un poco de melancolía los últimos brotes de baobabs. Creía que no iba a volver nunca. Pero todos aquellos trabajos le parecieron aquella mañana extremadamente dulces. Excepto cuando regó por última vez sus flores y se dispuso a ponerlas al abrigo del fanal, ya que en ese momento sintió las lágrimas subiendo por su garganta.
—Adiós —le dijo a las flores. Estas no respondieron.
—Adiós —repitió el principito.
La flor mayor tosió, pero no porque estuviera resfriada.
—Hemos sido unas tontas —le dijo al fin la flor—. Perdóname. Procura ser feliz.
Se sorprendió por la ausencia de reproches y quedó desconcertado, con el fanal en el aire, no comprendiendo esta tranquila mansedumbre.
     Nosotras te queremos —le dijo muy bajito la  flor más pequeña —, ha sido culpa nuestra que tú no lo vieras; pero eso ya da igual. Y tú… tú… -  sollozo -  has sido tan tonto como nosotras. Trata de ser feliz. . . Y suelta de una vez ese fanal; ya no lo  queremos
—Pero el viento...
—El aire fresco de la noche nos hará bien – dijo bajo la rosa más grande aguantándose las lágrimas – Y ahora vete.
—Y los animales...
—Será necesario que soporte dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas. Si no ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras, no las temo: yo tengo mis garras.
—Vete – repitió la flor mayor otra vez queriendo evitar que la viera llorar antes de irse, era tan orgullosa...

XX

Pero sucedió que el principito, habiendo atravesado arenas, rocas y nieves, descubrió finalmente un camino. Y los caminos llevan siempre a la morada de los hombres.
— ¡Buenos días! —dijo.
Era un jardín cuajado de rosas.
— ¡Buenos días! —dijeran las rosas.
El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a sus flores!
— ¿Quiénes son ustedes? —les preguntó estupefacto.
—Somos las rosas —respondieron éstas.
— ¡Ah! —exclamó el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Sus flores le habían dicho que eran las únicas en todo el universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil todas semejantes, en un solo jardín! Y durante unos segundos se puso muy triste ante la mentira de sus rosas, hasta que se dio cuenta de cómo se sentirían ellas si viesen todo esto, se sentirían vejadas y humilladas, y apara escapar de esa humillación toserían muchísimo y simularían morir para escapar del ridículo. Y yo tendría que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir verdaderamente para humillarme a mí también... “llegó a pensar. Y luego continuó diciéndose: "Me creía rico con las dos únicas rosas del universo y resulta que no tengo más que rosas ordinarias. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe... “Y echándose sobre la hierba, el principito lloró durante horas. Lloró hasta que vio la luna salir y se acordó del nacimiento de sus dos rosas y lo hermosas que le habían parecido bajo la luz de la luna. Entonces recordó la primera vez que las había oído hablar, su falsa modestia y su miedo a las corrientes de aire. Empezó a darse cuenta de que aunque no fuesen las rosas más bonitas ni las más agradables de todo el universo, eran sus rosas. Y sus rosas le querían, seguramente no se lo demostraban todo lo que hubiera sido de agradecer, y no hubiese estado mal que fuesen un poquito menos vanidosas, pero aun así, pasase lo que pasase, siempre serían sus rosas.



Epilogo.

Antes de abrir los ojos, pudo respirar el aroma a hollín que desprendían sus volcanes. Respiro profundamente y se llevó la mano a la frente donde noto pequeñas gotas de agua.
-          Mira, mira, ya respira.
Abrió los ojos despacito y vio a las dos rosas todo lo inclinadas que podían para mirarle mejor. Sus pétalos parecían resecos pero su sonrisa era la más sincera  que  había visto en todos su viajes.
-          Apareciste de golpe y estuviste días dormido – dijo la rosa pequeña agachándose para rozar su mejilla con cuidado.
-          Ya empezábamos a pensar que nos iba a tocar deshollinar solas los volcanes – se quejó la rosa mayor haciéndose la orgullosa y tosió suavemente intentando disimular.
Fue ahí cuando el pequeño príncipe se dio cuenta de que las gotas de agua de su frente eran las lágrimas de roció de sus rosas que habían intentado despertarle de todas las maneras posibles. Y sonrió enormemente antes de sentarse y regarlas con delicadeza. Las miro y acarició sus hojas volviéndolas a colocar muy suavemente.
-          Os prometo, pequeñas rosas, que jamás volveré a abandonaros.
Los tres sonrieron ampliamente y las estrellas brillaron azules de nuevo, muertas de envidia al saber que jamás sentirían un amor tan grande.



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