Releyó la nota un par de veces y disimuladamente la guardo en el bolsillo
trasero de sus pantalones. Escudriñó la sala en busca del autor de la misma
pero el humo la impedía ver dos metros más allá de sus preciosas narices. ¿Quién
la llamaba princesa? Y sobre todo, ¿Quién sabía de sus actos revolucionarios?
Si no averiguaba pronto el autor de esa carta podría estar en serios problemas.
Empezó a tamborilear el suelo con sus tacones mientras sus ojos buscaban
incesantes unos ojos curiosos.
Tal era su concentración en la búsqueda, que antes de que pudiera darse
cuenta, un hombre la agarraba de la
cintura pegándola contra su pecho sudoroso y mirándola con lascivia.
-
Una preciosidad como tú no debería estar aquí sola,
puede ser peligroso.
Las palabras salían arrastrándose por su boca de una manera lánguida y
amenazante, por su sonrisa podían adivinarse todas sus intenciones y ninguna de
ellas parecía honesta. Cenicienta intento soltarse sin montar escándalo, pero
el hombre que era casi un metro más alto que nuestra pequeña princesa, la
agarró con más fuerza aún, haciendo que su aliento inundado de ginebra callera
sobre su blanca piel. La chica le miró y sopesó sus opciones: la primera de
ellas consistía en aprovechar su posición para reventarle las pelotas de una
buena patadas y, una vez en el suelo, atravesarle los ojos con el tacón de sus
zapatos; para la segunda, más directa, tendría que conseguir sacar el puñal de
la parte posterior de sus vaqueros y clavárselo en esa tripa grasienta que asomaba
por fuera de los pantalones; y la tercera y última, engañarle, llevarle a la
cama y arrancarle la polla de un mordisco para luego robarle todo lo que hubiera
en su casa.
Cuando su mano estaba ya buscando en la parte trasera de sus pantalones
el arma elegida, noto una suave mano que la cogió los dedos y una voz grave y
segura murmuró:
-
La señorita ya tiene compañía.
Antes de que nadie pudiera poner objeciones, ni siquiera ella misma, la
mano tiro de ella hasta la pista de baile. Miró al hombre directamente a los
ojos con mala cara.
-
No sé quien coño te crees que eres para hacer lo
que acabas de hacer.
Una sonrisa perfecta le devolvió la mirada, una sonrisa de esas mezcla de
diversión, sensualidad y picardía, una de esas por las que todo un bar gira la
mirada y que todas las mujeres desean que las dediquen.
-
Estabas en problemas, creo que deberías darme
las gracias. - Su voz seguía siendo apenas un susurro, pero era ya no era tan
firme sino que se notaba que en el fondo todo aquello le resultaba divertido. –
No te enfades princesa y baila conmigo.
No pudo evitarlo, él la llevaba por la pista de baile inevitablemente,
sus pies respondían solos a aquel vals que bailaban en medio de una sala llena
de borrachos y chicas de mal vivir. Al fondo Campanilla cantaba una canción
sobre el sexo adolescente y ella se empezaba a preguntar quién era aquel hombre
que pretendía haberla salvado.
-
Mira chaval, no sé quién eres – dijo en el tono
más borde que fue capaz de poner – Pero tú no sabes quién soy yo y te aseguro
que no necesito ningún niñato con complejo de príncipe azul para que me salve.
-
¿Ah no? – Sonrió de lado y saben los dioses que
eso le hizo más sexy aún, pero no dejó que la impresionara, estaba demasiado
cabreada como para dejarse impresionar - Sé muy bien quién eres Cenicienta – susurró en
su oído acercándose a ella – Eres por la que todos están bebiendo esta noche,
eres la asesina del príncipe, la liberadora del pueblo.
Cuando acabo la frase, el puñal de ella reposaba justo debajo de su cinturón.
Él lo notó, pero no cesó en su baile y siguió girando con ella a ritmo de vals.
Parecía que no le importase estar a punto de morir, era como si tuviera la
certeza de que ella jamás le haría daño.
-
No sé como sabes eso – Dijo Inés en su oído,
para lo que tuvo que ponerse de puntillas y clavar ligeramente el puñal en su
piel. Su voz era amenazante y realmente cualquiera se hubiera asustado al oírla.
– No lo sé y no me importa una mierda, pero te mataré antes de que le cuentes
nada de eso a nadie. Espero que te haya quedado claro, principito.
Al acabar la frase, le miró a los ojos y clavaron sus miradas el uno en
el otro. Se fijó entonces en esos ojos oscuros y afilados que brillaban de interés,
unos ojos tan profundos que podría haberse perdido en ellos durante años y
jamás la hubieran encontrado. El aguantó la mirada sin pizca de miedo pero con
infinita curiosidad, rebuscó en aquellos ojos del color de la miel cual podrían
ser sus verdaderas intenciones y hasta donde podría llevarla, y decidió con
determinación apartar suavemente el cuchillo de su piel y posar la mano de ella
en su cuello para seguir bailando. Le miró incrédula, preguntándose que estaba
haciendo aquel tio y que pretendía con todo ello.
-
Relájate, así de tensa vas a acabar equivocándote
en el ritmo. – Su voz era tranquila, demasiado tranquila. – Es más, hace unas
horas bailabas mucho mejor.
Y fue hasta ahí donde ella aguanto. Paró en seco la danza y le miró fría.
-
Vamos fuera. Ya.
Se soltó de él con determinación y se dirigió a la salida con paso firme.
La gente la miraba al pasar y se apartaba instintivamente al notar la ira que
la envolvía y que podía desencadenarse contra el primero que diera un paso en
falso con ella. Una vez fuera se dirigió hacia un callejón y se apoyo en la
pared sin mirar atrás, sin saber si la había seguido o había preferido correr
en la dirección contraria. Se encendió un cigarro con los ojos cerrados y tras
la primera calada notó como alguien se lo quitaba de los labios. Abrió los ojos
y ahí estaba él mirándola seriamente.
-
Esto es mierda pura.
Dijo serio y lo tiró al suelo con rabia. Era la primera vez desde hacía
muchos años que alguien se atrevía a decirla lo que tenía o no que hacer y no
pensaba permitirlo. Se encendió otro y se ocupó de que el humo saliera
directamente desde sus pulmones hacia la mirada incrédula de él. Sonrió al
notar que no estaba acostumbrado a que le desafiaran así.
-
Y bien, ¿por qué querías salir? – Por algún extraño
motivo, no podía dejar de mirar los labios de la chica consumir el cigarro
lentamente y su voz ya no era tan amable como antes, de hecho parecía que su
tono había subido ligeramente.
-
Porque tú me vas a explicar ahora mismo quién
eres y qué sabes de mí.
-
Sé que te llaman Cenicienta por tu antigua adicción
a la cocaína, que siempre llevas unos tacones de cristal aunque aborrezcas los
lujos, y que hace unas horas encandilaste al príncipe solo para darte el placer
que clavarle un puñal en el corazón. Sé que toda la guardia real te persigue y
que si supieran quien eres no volverías a ver la luz del sol – Aquella sonrisa volvió
a asomarse a sus labios, tímida esta vez pero con un aire de prepotencia que
hizo que ella deseará rompérsela en dos para siempre - ¿Quién soy yo? Princesa,
esa es una pregunta cuya respuesta ni siquiera yo tengo clara. Supongo que solo
soy un idiota más con complejo de príncipe azul ¿no? – repitió sus palabras y
la miro intensamente.
Reflexionó sobre todo lo que acababa de oír y le miró a los ojos con
expresión seria.
-
Si tuvieras intención de delatarme ya lo habrías
hecho, así que la pregunta es por qué aún no me has delatado.
La verdad es que la curiosidad y empezaba a tentarla y es que aquel
hombre era demasiado intrigante como para permanecer indiferente hacia su
encanto natural. La colocó un mechón de pelo muy despacio, acercándose a ella
con calma, tomándose su tiempo para observar cada una de sus facciones con
detalle, memorizando las pequeñas arrugas que se formaban en su ceño fruncido,
y finalmente acercó sus labios a los de
para tan solo susurrar:
-
Aún es demasiado pronto para desvelarte todo de
mi, pequeña princesa.
En un último gesto, retiró el cigarrillo de sus dedos
y lo tiró al suelo. Se escondió tras una capucha verde oscura y se interno en
la oscuridad entre la niebla. Ella le estaba mirando fijamente marcharse
mientras intentaba recolocar todo lo que se había sucedido esa noche, cuando él
se giró y la miro fijamente. En la oscuridad solo se veían el brillo de sus
ojos y el reflejo de aquella sonrisa.
-
Volveremos a vernos pronto. Intenta no ponerte
en peligro innecesariamente.
A los pocos segundos había desaparecido y de él solo
quedaba el aroma que le envolvía y del que Cenicienta acababa de ser
consciente. Echó a andar hacía casa preguntándose hasta que punto podía confiar
en aquel hombre, pero al fin y al cabo, no la quedaba otro remedio y estaba
demasiado cansada para ir a pedir ayuda a su hada madrina.
Al llegar a casa se encontró con aquel hombre, con su
pareja, tirado en el sillón con la baba colgando por un lado de la cara, y
aunque no olvidaba lo que había ocurrido, no pudo resistir limpiarle suavemente
y taparle con una manta para que no enfermase. Retiró las botellas y limpió en
silencio el salón para evitar que se cortara con los cristales de los vasos que
se habían roto en el proceso de su borrachera. Ni siquiera se molestó en buscar
su preciado Werther, sabía que la creación de Goethe ya estaba flotando por
encima de los tejados de la ciudad y se consoló pensando que la ciudad estaba
ahora más llena de romance que días atrás.
Se fue a la cama sola y se abrazó a la almohada
mientras intentaba dormir pero cada vez que cerraba los ojos aquella sonrisa
surgía entre sus pensamientos más oscuros, tentándola aunque no sabía a qué. Cuando
por fin consiguió quedarse dormida, soñó con una mano tendida, música de vals y
aquellas palabras resonando en su mente “volveremos a vernos”.
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