sábado, 14 de abril de 2012

Volar.

Las luces brillan rápidas en cuanto salgo del túnel pero apenas las veo, tan solo piso el acelerador mientras dejo que la música embotona mis sentidos. Corro porque quiero llegar pronto hasta ti y me pregunto dónde estarás ahora mismo y si tus ojos vacíos pueden verme desde donde quiera que estés. Inconscientemente me acaricio el pelo, seré tonta pero quiero que me veas guapa, preciosa, que sonrías irremediablemente al verme porque sé que te va a costar perdonarme y entender lo que he hecho, pero no había otra opción.
La voz de Kurt llena el coche y yo me acuerdo de aquella tarde en el salón de la casa de Erik, aquella en la que nos quedamos solos  por primera vez ¿recuerdas? Entonces también sonaba Kurt, su música y la marihuana nos llevaba a otro mundo y sin darnos cuenta acabe acurrucada en tus brazos mientras me dabas de beber tequila de la botella.
El primer beso fue húmedo y lento, como los primeros acordes de “Come as you are”; fue perfecto, perfectamente secreto, perfectamente imperfecto e imposible de olvidar. Aún me tiemblan las piernas cuando recuerdo tus manos bajo mi camiseta, explorando mi cuerpo sin vergüenza, y tus mordiscos en el cuello me impulsaban a hacer lo mismo.
Me dijiste que no me enamorara y mi cerebro ignoro totalmente esas palabras, tus caricias eran demasiado sensuales como para atender a nada más.
No podía permitir que te fueras, tienes que entenderlo. Pero no te preocupes porque ahora todo irá bien, te lo explicaré cuando llegue mientras enredo de nuevo mis dedos en tus rizos rubios de niño bueno.
Que ganas tengo de llegar. Piso más el acelerador mientras las últimas luces se escapan de mi vista y abandono la ciudad por última vez. Me enciendo un cigarro que quema mis pulmones pero no consigue calmar mi ansiedad esta vez. Con la mano libre abro una botella de tequila y doy un trago a tu salud, te ofrecería una copa pero no creo que puedas tomarla y ya me estas manchando bastante el coche, pero no te preocupes, esta vez no me importa que lo hagas.
Nunca te lo dije pero cada momento contigo se clavó a fuego en mi memoria conservándose como el tesoro más valioso. No pienses en reñirme por ello, ya sé que nunca debí enamorarme pero esas caricias… No deberías decirle algo serio a nadie mientras acaricias su cintura ¿lo sabías? No es justo. Y oye, seamos sinceros, en el fondo tú sabías que estaba loca por ti, todos lo sabían, tan solo había que ver cómo te miraba. No te excuses en que en ocasiones bese a otros delante de ti, les besaba a ellos porque en público no podía besarte a ti y cuando acariciaba sus labios era en los tuyos en los que pensaba. Tu eso lo sabias o al menos debías saberlo, me niego a pensar que fueras el único que creía que solo quería follarte. No, no, tu siempre lo supiste y si seguiste fue porque en el fondo me amabas a mí y no a ella, ella era el juguete y no yo, solo que eso aún no lo sabías. No te preocupes, lo sabrás y empezaras a entender todo.
Nos entendíamos bien, como aquella tarde en la que estábamos en mi casa ¿la recuerdas? Tienes que recordarla. Estábamos en mi cuarto a solas tú y yo, y Kurt por supuesto. Su voz salía del último vinilo que habíamos comprado a medias y llenaba toda la habitación acompañando el humo de nuestros cigarros. Yo descansaba entre tus brazos y tus piernas como acostumbraba a hacer y tú acariciabas mi cintura. Mientras conversábamos besabas despacio mi pelo y mi hombro desnudo. Nuestras almas se desnudaban en susurros lentos para no interrumpir al maestro y su sabiduría.
Nunca hablamos de amor, tampoco lo hicimos esa tarde pero no lo necesitábamos. Te confesé que envidiaba las historias trágicas y me llamaste superficial mientras reías, pensabas que bromeaba y tuve que explicarte que lo decía en serio, que el arte surgía del dolor y que mientras no me sangrará el alma hasta morir no podría hacer arte. Fue ahí cuando callaste sin separar tus labios de mi piel, sentí que cerrabas los ojos y te acaricie el pelo suavemente queriéndote así toda la vida. Dijiste algo que jamas olvidare, unas palabras que entraron en mi corazón marcándolo a fuego, me dijiste las palabras más hermosas que he oído y que oiré. ¿Te acuerdas de ellas? Nunca lo volviste a repetir y sé que ambos lo hubiéramos negado en público, pero en aquel momento en el que nuestros cuerpos desnudos descansaban tranquilos y en él que Cobain hablaba del dolor, en aquel momento lo dijiste.
“Tú eres arte”. Sí, eso dijiste exactamente: “Tú eres arte”. Y yo tuve que cerrar los ojos para no llorar aunque nunca he llorado. Y todo fue perfecto durante unos minutos en los que el tiempo pareció darnos un descanso. Daría todo lo que he vivido por volver a ese momento  pero no me preocupo, ya queda poco para el acantilado y entonces todo será perfecto de nuevo.
Miro mi vestido azul, me da rabia que este manchado pero está manchado de ti así que no me importa del todo. También he manchado el volante al tocarlo pero no pasa nada, esas tonterías ya no importan en absoluto.
Lo único que me importa ha sido esa forma tuya de mirarme por última vez, como si de verdad hubieras llegado a pensar que te iba a dejar ir, que esa iba a ser nuestra última noche juntos. ¿Tan poco me conoces? Quizás es cierto que no sabías que siempre fui enteramente tuya, desde aquel primer beso en casa de Erik fui tuya en cuerpo, alma, mente y corazón. Pero no pasa nada, ahora tengo claro que lo sabes, allá donde estés sé que lo sabes y con eso me basta de momento.
Ya queda poco, no te impacientes. Veo a lo lejos el acantilado donde miramos las estrellas. Teníamos la manía de buscarles formas obscenas a las nubes pero aquella noche solo estaban con nosotros la luna y las estrellas. Nos quedamos mirándolas durante horas en silencio hasta que hablaste y en vez de romper la magia como hubiera pasado si otra persona hubiese hablado, lo convertiste en un momento más único aun.
Hablaste de tus sueños y del universo, de lo pequeños que somos y de lo poco que importábamos. Dijiste que aunque para nosotros fuésemos únicos al universo le dábamos igual, que tan solo éramos una pequeña mota de polvo. Pero tu voz no era triste ni derrotista sino todo lo contrario, lo decías con respeto y alegría, casi sonabas como un maestro zen compartiendo su sabiduría con su mejor discípulo y así me sentía yo. Dijiste que era maravilloso que no importáramos y que nadie nos entendiese jamas aun sintiendo lo mismo que nosotros, dijiste que eso nos hacía únicos como lo son los copos de nieve que tampoco importan a nadie y que tardan menos de cinco minutos en derretirse.
Únicos, efímeros, insignificantes. Esas palabras no volvieron a ser lo mismo para mí, a partir de ese momento no había nada más sagrado que esas palabras.
Ya casi hemos llegado. Me giro y te miro inerte en el asiento de atrás. Es una pena que la sangre haya manchado tu camisa blanca pero no pasa nada, el mar limpiara la sangre de tu ropa y de la mía. Apenas se nota la herida de tu cuello y tus ojos vidriosos son tan hermosos como lo han sido siempre.
Acelero cada vez más y bajo la capota del coche. Me levanto sin dejar que el coche pierda velocidad. Ya casi estamos.
El coche salta hacia el vacío y el aire golpea mi cara con fuerza haciéndome sentir viva.
Vuelo. Volamos. Juntos y libres. Hasta la eternidad.

                                                                                                           

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